Sólo la danza escénica está diseñada para brindar al espectador una experiencia estética.1
La investigadora estadounidense Sandra Hammond ha planteado el estudio autónomo del proceso de desarrollo de la técnica académica, con el fin de comprender la historia de la danza en forma más certera.2 De manera similar, sería de gran utilidad una historia de la evolución coreográfica de la danza escénica para visualizar el desenvolvimiento de los distintos estilos de composición y su articulación temporal, así como las aportaciones de los distintos talentos.
La danza académica, producto de una importación cultural en muchos países, presenta rasgos de una genealogía compartida, además de particularidades locales. Susan Leigh Foster indica que "El ballet ha competido por un nivel universal de destreza física; con su ordenación pedagógica y su criterio claro de excelencia, es un medio para homogeneizar la expresión de la diferencia cultural."3 De esta manera, este arte ha podido establecer una "estética universal" y un "estatus artístico", dentro de los cuales cada comunidad ha construido su singularidad, especialmente en el continente Americano.
La investigación sobre las expresiones balletísticas conduce al conocimiento de sus fronteras técnico-estilíscas y a la vinculación con su origen, e inevitablemente se enlaza con Europa. Es lamentable que para los estudiosos nacionales sea difícil trabajar con documentos de primera mano, razón de que existan siempre dependencia y retraso con respecto de los avances europeos y aun norteamericanos. A pesar de las circunstancias y los retrasos bibliográficos, el estudio histórico de la actividad coreográfica ofrece respuestas de valor para las distintas manifestaciones americanas.
Las dificultades para remontar una coreografía de manera fidedigna, y las innegables lagunas documentales y gráficas que existen hasta ahora, no han impedido la reconstrucción de ciertos conceptos y soluciones coreográficas, lo que ha permitido a los investigadores un interesante juego de interpretaciones posteriores. Por ejemplo, Susan L. Foster ha realizado un estudio de la era romántica en el cual relaciona los desarrollos técnicos, estilísticos y conceptuales, dando voz a la expresión cultural del momento. Fundamentándose en el análisis del pas de deux clásico del período, resume que la inequivalencia entre el papel del bailarín y el de la bailarina se debe a una visión de hegemonía masculina; la figura femenina se descubre como un ser subordinado, objeto del deseo del varón. Así, el estilo dancístico del Romanticismo expresa una relación específica entre los sexos: "... mientras ella se extiende, él la soporta... Ella es la atracción misma, que él presenta al mundo para ser vista".4 Esta diferencia entre el "vocabulario" para hombres y mujeres sería indicativa de un concepto coreográfico específico, en directa relación o en franca ruptura con soluciones anteriores, a la vez que síntesis de ciertas concepciones culturales.
Nuevos métodos de trabajo, la constante aparición de documentos que hacen referencia al tema y el avance en la reconstrucción coreográfica prometen una mayor articulación entre las distintas generaciones dancísticas que, sin lugar a dudas, en el futuro cambiará la idea actual sobre la historia de la producción coreográfica.
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